lunes, 12 de julio de 2010

“Natán el sabio”

ESTELA LEÑERO FRANCO*
El espíritu religioso que  habita en el ser humano es más verdad que los nombres y el uso que se le ha querido adjudicar a la presencia divina a lo largo de la historia. El poder de una religión sobre otra irguiéndose como verdad absoluta, ha llevado a la guerra, a la superficialidad y el ocultamiento de lo que es realmente importante para el hombre y que lo vincula con los otros y el universo. 
Natán el sabio es un poema dramático escrito por Gotthold Ephraim Lessing en 1779, inspirado en una parábola del Decamerón de Bocaccio. La obra es, además, otra parábola para reflexionar sobre la libertad religiosa. Teatro dentro del teatro, cuentos dentro de otro cuento, para hacer una crítica hacia la intolerancia. 
Si bien la parábola de Bocaccio se ubica en el siglo XVI con Solimán el Magnífico, Lessing prefiere a Saladino como interlocutor, tres siglos antes, en época de Las Cruzadas, momento emblemático donde judíos, cristianos y musulmanes convivían en Palestina. La historia parte del regreso de Natán el sabio, un judío comerciante, de un viaje, y se entera de que su hija ha sido salvada de un incendio por un templario, el cual está vinculado a Saladino al perdonarle la vida por el gran parecido con su hermano muerto. Ahí se inicia la trama de la obra para ir desarrollando un sinfín de revelaciones, giros dramáticos y enfrentamientos entre los representantes de las tres religiones y plantear un teatro de ideas. 
La profundidad del planteamiento y la agilidad en la anécdota llevan a una reflexión con múltiples ramificaciones. En este debate, la crítica más fuerte es hacia la religión cristiana, donde el poder está lleno de violencia, autoritarismo y castigo. El punto de vista está puesto en el pensamiento judío y musulmán, y son tratados con más benevolencia en el texto y en el montaje. Tanto la versión castellana realizada por Stefanie Weiss y Luis de Tavira y la dirección escénica de Enrique Singer, que logran contemporaneizar la obra, enfatizan los elementos de humor, tanto en el lenguaje como en las acciones, y benefician en mucho a la obra. La versión incluye además fragmentos de poemas de Pedro Salinas, entre otros. 
La belleza de la puesta en escena de Natán el sabio nos permite fluir suavemente en un mar de ideas y acontecimientos a lo largo de tres horas. Pero el epílogo agregado como un chocante rompimiento teatral contemporáneo, se convierte en un balde de agua fría aleccionador que nos despierta antes de tiempo y hacer nuestras propias reflexiones. 
Tanto la dirección de Enrique Singer como la escenografía de Philippe Amand están llenas de creatividad. Los recursos teatrales son múltiples: máscaras y muñecos para escenificar la parábola de Los tres anillos, entradas y salidas ágiles, espacios escénicos simbólicos o íntimos dentro del espacio realista, ambigüedad en las relaciones, como la que se da entre Saladino y su hermana, contrapunto entre lo que se dice hacia el espectador y lo que el personaje piensa o comunica al otro, distancia o cercanía de la escena para transmitir diferentes sensaciones. 
El vestuario de Mario Marín nos sumerge en la época, tatuajes de gena en el cuerpo, ropas maltratadas o sedas preciosas. Ricardo Blume, soberbio, natural, humilde frente a Saladino, altivo frente al templario, sabio ante su hija; Luis Rábago exactamente como un malicioso Saladino; y Adriana Roel, entre otros, como aquella mujer intrigosa, doble y víctima. 
Natán el sabio es una obra de teatro más de repertorio de la Compañía Nacional de Teatro (en su propio espacio de Francisco Sosa, en Coyoacán) que nos hace vivir en otros tiempos, disfrutar una historia y dejar al pájaro del alma que revolotee en nosotros.  
*Crítica publicada en la revista Proceso